jueves, 18 de agosto de 2011

APADRINAMIENTO ASOCIACIÓN DE BELENISTAS DE ROTA ”CAMINO DE BELÉN” Parte 4


En el año 215, Orígenes que visitó personalmente los Santos Lugares, comentó: “si quieren convencerse de que Jesús nació en Belén, se les puede mostrar la gruta y, en ella, el pesebre”.

Eusebio de Cesárea, entre los años 315 y el 325, aporta nuevos testimonios que confirman la cueva como lugar del nacimiento y nos habla, además de la construcción de una basílica para albergar la gruta, obra que, por indicación de su madre, Santa Elena, acomete el emperador Constantino en el año 326.

Este será el origen de la actual Basílica de la Natividad que, con sus treinta y tres metros, y una anchura superior a los veintitrés, alberga cinco magníficas naves, apoyadas en una cincuentena de hermosísimas columnas. Dicha basílica, lugar de encuentro del peregrinaje cristiano a los Santos Lugares, y corazón del más primitivo belenismo, reclina sus muros sobre tres antiguos conventos: el franciscano, orientado al noroeste, el armenio, que se levanta al Suroeste, y el griego, que alza su imponente construcción en dirección al sureste.

Verdaderamente es trágica la historia de la estrella de plata de la Gruta de la Natividad. Siempre ha habido una allí, pero la que hoy está no es la primera. La que hoy besa el peregrino, lleva grabada la fecha de 1.717; pero no es este el año en que fue modelada. Su historia es la siguiente:

En letras capitales, grabadas en relieve, la estrella tiene esta inscripción circular latina: HIC DE VIRGINE MARIA JESUS CHRISTUS NATUS EST. 1.717: "Aquí nació Jesucristo de la Virgen María". Este texto latino, que declara en voz alta quién era el propietario de aquel lugar sagrado, molestaba a los griegos ortodoxos, copropietarios con los franciscanos de la Basílica de la Natividad.

La estrella que entonces se veía en el lugar donde nació Jesús, había sido colocada el año 1.717, fabricada con los reales de a ocho que a raudales mandaba España. Ya en 1.842 habían intentado arrancarla los monjes griegos; por lo cual los franciscanos, en la noche del 22 de diciembre de aquel mismo año, la fijaron fuertemente con clavos en el pavimento, como asegura el historiador griego Papadópulos.

Nueva tentativa, aunque también inútil, el 24 de abril de 1.845, hasta que, por fin, la estrella desapareció definitivamente el 12 de octubre de 1.847, yendo a parar, según parece, al monasterio griego de S. Sabas.

No habiendo conseguido la restitución de la estrella, el sultán turco Abde-el-Megid, después de un movidísimo proceso que duró cinco años, decretó que se hiciera otra igual a la robada. Se hallaba entonces en Constantinopla, ejerciendo el importante cargo de Comisario de Tierra Santa ante la Puerta Otomana, el franciscano español Padre José Llauradó, el cual se encargó de hacer reproducir la estrella "según el modelo exacto de la robada", como refiere él mismo en una interesante carta, dando la comisión al señor Jacomo Anderlich.

El peso de la plata fue de 496 dracmas, y costó 3.300 piastras turcas, es decir, unos 2.700 reales, que el dicho P. Comisario pagó al señor Anderlich, y consta del recibo de éste.

El sultán Abd-el-Megid, sigue refiriendo el Padre Llauradó, pretende que la da él "como un solemne recuerdo de nuestra parte imperial a la nación cristiana", es decir, comenta Llauradó, "que el sultán se la apropia y la dona a la cristiandad entera".

Pero la historia prueba con documentos auténticos, testigos incorruptibles, que la estrella de Belén, la misma que hoy vemos y veneramos, como símbolo de un hecho divinamente humano, se debe a la actividad y dinero aportado por un franciscano español, a quien deben mucho, por esta y otras acciones, los Santos Lugares.

La larga y trabajosa acción diplomática ante la Sublime Puerta fue llevada a cabo por el embajador francés en Constantinopla, marqués de Lavalette, menudeando las propinas del Comisario español a los oficiales turcos. La estrella fue colocada en el mismo sitio donde se halla hoy por el enviado del Sultán, Afif-bey, el 23 de diciembre de 1.852, hallándose presentes el bajá de Jerusalén, el cónsul francés Botta y el superior franciscano de Belén. A este acto solemne no asistieron el patriarca latino, José Valerga, ni griegos, ni armenios.

Bajo su altar mayor se encuentra la gruta del nacimiento, que nada tiene que ver con el primitivo pesebre; la transformación se produjo muy pronto, lo que motivó las siguientes palabras de San Jerónimo: “Ah, si me fuera dado ver el pesebre donde fue reclinado el Señor”. Pero nosotros, por honrar y venerar a Cristo, hemos retirado el pesebre de arcilla para sustituirlo por otro de plata. (Homilía pronunciada en Belén, hacia el 400).

Tenemos muy claro que el acontecimiento más importante en la historia de la humanidad sin lugar a dudas es el Nacimiento del Hijo de Dios, partiendo de este hecho fundamental y transcendental, quien fomentó y propagó la representación plástica del Nacimiento del Creador fue San Francisco de Asís, proclamado Patrón Universal de los Belenistas del mundo por concesión del Papa Juan Pablo II.

Mil doscientos veintitrés años después del Nacimiento de Jesús, en la Navidad de aquel año, Francisco de Asís montó el primer Nacimiento en la gruta del Valle de Rieti en Greccio (Italia), después de más de XII siglos de ese gran acontecimiento, ocurrido en ese rincón de la tierra casi perdido en el mapa en una cueva de Belén. Así pues Francisco de Asís fue el primer belenista del mundo.

Nació, no se sabe con certeza, en el año 1.181 / 1.182 en la ciudad de Asís y murió vestido con su pobre hábito y su mochila llena hasta reventar de su humanidad en la pequeña Iglesia de Santa María de los Ángeles, cerca de Asís, que fue su sede, cobijo, o cuna de su orden, en el atardecer del 3 de Octubre del año 1.226 (Sábado), a la edad de 45 años.

Dos años después de su muerte, el 16 de Julio de 1.228 fue elevado a los altares por el Papa Gregorio IX, que llegó a la tierra del nacimiento del Santo para este solemne acto.

Sus restos reposan en un impresionante, original y sencillo a la vez, sepulcro de piedra en la doble basílica de San Francisco de Asís, construida en su honor con la aportación de toda la cristiandad para su definitiva morada.

A raíz de la representación plástica del Nacimiento del Redentor realizada por Francisco (aún se conserva el heno, “la paja”, colocada por el santo en el pesebre), el Belén se fue extendiendo por todas las poblaciones, por todos los rincones de la tierra por medio de los franciscanos que realizaban con ello una labor de apostolado. Se iban instalando poco a poco en todos los templos religiosos y las parroquias para celebrar la Navidad. Así fue llegando a las gentes y alcanzando gran popularidad, y es precisamente en este momento cuando las fiestas navideñas cobran un especial esplendor. Los franciscanos empiezan a conmemorar escenográficamente el Nacimiento de Dios y con el tiempo en todas las iglesias de la orden franciscana se instalan (con más o menos gusto y riqueza), un nacimiento, un belén, pesebre o portal, y la práctica se extiende a otros conventos, a otras iglesias de diferentes órdenes, pues la costumbre cala hondo en la entraña popular.

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